Hagamos una pausa hoy. Hablemos de tanto, pero hablemos poco. Amé.

Amé sus caras y gestos, amé cada uno de sus chistes, amé sus pláticas casi eternas, amé sus desplantes, amé sus risas y carcajadas, amé su mal carácter, amé su distancia que era mi distancia, amé su cobardía. Amé su silencio. Amé.

Y luego, hasta amé las palabras de un poema maya que dice: “Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también.” Increíblemente, después de un tiempo, todo pasó, hasta él.

Tropecé, me rendí, me levanté, perdoné. Hoy, en mi mochila ya no cargo más promesas sin cumplir. Y ahí, justo a un paso de la nada, lo encontré todo; encontré paz.

Lo amé.