EL DESEO DE VIVIR
Cuanta gente nos dice que la vida hay que vivirla a fondo, sin dejarle un resquicio, agotándola en todo. Y cuanta gente que opina así, equivoca el camino de una vida auténtica, convirtiendo el profundo deseo de vivir en carrera de agotamiento por la vida.

Leemos que en estos tiempos hay que acelerarlo todo. Y enmedio de ese espejismo de velocidad, incluimos la propia vida. Acelerar el placer, el amor, las ilusiones. Todo hay que acelerarlo. ¿Para qué...?  Para precipitar aquello de lo que huimos: La enfermedad, la soledad, la muerte.

Leemos que el consumo de medicinas inútiles es alarmante. La manía de tomar pastillas para todo ya es común. Y junto con ello, la puerta falsa de las drogas, facilita "el acelere". Y nuestro organismo, ya sujeto a la tensión, a las preocupaciones, a la angustia ambiental de un mundo desquiciado, se corroe por dentro y se desmorona gracias al cultivo erróneo de esa ansia de vivir.

Vivir, yo creo, es agotar las posibilidades naturales de la propia sensibilidad. Es ganarse cada día el pan de la palabra y del amor, con el sudor del corazón, pero un corazón limpio y sincero, lleno de la fuerza que da una conciencia en paz con la justicia  y con el prójimo. Si a cada hora de nuestra existencia le sacáramos lo propio, lo auténtico, lo esencial, nuestra ansia de vivir estaría plenamente satisfecha.

Pero hacemos lo contrario. Nos llenamos el alma con semanas de soledad, de vacío espiritual, meses enteros de no renunciar a algo por amor a alguien o a nosotros mismos. Y luego, viene el ansia de compensar todo aquello que es triste y sin sentido, con el "ansia de vivir". Somos como pájaros enmudecidos por el egoísmo y la vanidad, que, al darse cuenta del tiempo perdido, tratan de compensarlo con gritos desgarradores y destemplados.

Cuidado con el ansia de vivir. Démosle su sentido adecuado. Distribuyamos lo propio, lo nuestro, lo valioso, en etapas lógicas. En esta hora, este día. En esta semana, mes o año.

Y así tendremos siempre la conciencia de la plenitud, de la hondura de una existencia en la que no hay angustia, sino sensación de entrega, vida cuya ansia se disuelve para convertirse en fuerza interior indestructible y tranquilizadora.

ESO QUE SOMOS... UN BREVE POLVO QUÍMICO

Si nos quitaran toda el agua de nuestro organismo, toda, sólo quedaría de nosotros un breve polvo químico, que cabría en una cajita de cerillos y que valdría, según los conocedores, no más de tres pesos.

Es el polvo, nuestro principio y nuestro fin. Nuestro poema y nuestra realidad. El nos rodea, nos persigue, nos enamora y nos pervive. En forma imperceptible, se nos acumula encima del cuerpo y del alma, alrededor del recuerdo y junto a toda esperanza posible. Aquella frase de los miércoles de ceniza: "Polvo eres y polvo te convertirás", parece ser no sólo una verdad, sino todo un destino deslumbrante.

No lo vemos y nos devora. No lo sentimos y nos asfixia. No lo atrapamos y nos encierra. Extraña ubicuidad, extraña forma de existencia muda que conduce a una sola palabra: Nada.

Polvo muerte-vida, visible invisibilidad, recordado, olvidado y por qué no, telar maravilloso de la humanidad viviente, en el que se dibuja, a través de los años, la vanidad del poder, de la gloria y de la edad.

Lo cantan los poetas, lo analizan los químicos, lo persiguen los escrupulosos, lo dignifican los sabios, lo provocan los políticos, lo usan los libros como adorno sin fin. Y lo rechazan quienes valen tanto como él.

¡Cuantas veces después de un instante verdadero de pensamiento vivo, quedamos hechos... polvo!

Hermano de la ceniza amenazante, primo del lodo redentor, padre inmemorial de los cementerios adecuados, hijo del propio olvido y amante de las telarañas invencibles, es el rey de la creación. ¡La última palabra que valdrá sobre el planeta tierra!

Los que entienden de amor, lo aman sobre las cartas viejas y amarillas. Los que no saben de envidia, lo santifican sobre sus manos encallecidas. Los que llevan sobre su alma la vanidad y el orgullo, lo temen más que el demonio. Porque les recuerda lo que dura su altanería cotidiana y estúpida.

Polvo hermano, diría San Francisco. Polvo sabio, exclamaría Santo Tomás. Polvo amigo, según afirmó Santa Teresa de Avila, hojeando libros de fresca poesía. Polvo. Camino y fin. Origen y presencia. Realidad que de tan real, no existe para todos. ¡Sólo para quienes recuerdan olvidando!